Cerca del mediodía iniciamos nuestro camino. Manejé yo y puse un poco de música. Tenía ganas de escuchar a Jorge Cafrune y mientras su guitarra y su voz me acompañaban me puse a pensar si alguna vez sabremos quien ordenó su muerte aquella noche en Benavídez, mientas se dirigía a Yapeyú.
Matías quería ir a conocer una ruinas Aztecas, pero otra vez el mal estado del camino y las dimensiones de la camioneta nos jugaron, nuevamente, una mala pasada. Me puse a pensar por que llamamos a los restos de estas civilizaciones ruinas. Y lo paradójico que es que cuando a uno le va mal económicamente enseguida decimos “estamos en la ruina”. Tendrá algo que ver una cosa con la otra?.
A pocos kilometros de salir paramos en una fábrica de mezcal.
El camino se presenta largo, pero nunca imaginamos lo que nos esperaba. Subir montañas hasta casi 2000 metros de altura, y luego bajarlas, y otra vez, y otra, y otra, y el cuenta kilómetros que no avanza, y que hay que llevar frenada la camioneta, y doblar justo porque a 5 centímetros está el abismo, literalmente, y pasar de a poco eso pueblitos instalados ahí, en el medio de la montaña desértica, ofreciendo jugos y aguas que cada vez se hacen mas necesarias con los 40 grados de calor. Y vemos como los campesinos trabajan la planta de adobe que luego será utilizada en la elaboración del mezcla. Lo que cuesta entender es porque si ellos son los dueños de las plantas, siguen siendo pobres, mientras que el dueño de la fábrica es tan rico.
Empezó a caer la noche, muy temprano, cerca de las 6 y media, pero todavía falta mucho. La actitud de la policía cambió a partir de que ploteamos la camioneta. Ahora nos paran, pero nos alientan a seguir el camino y nos preguntan por Malvinas.
Mientras va cayendo la tarde dejamos de ver eso cactus que tanto me impactan. Los largos, de un solo brazo, parecen jóvenes desafiantes, erguidos, esperando para actuar. Los que tiene muchos brazos parecen ser más viejos, cargando muchos hijos, y con el peso de esa responsabilidad aparecen más encorvados.
Los nombres de los pueblos empiezan a cambiar, como también parece que empezamos a dejar atrás un viejo imperio, para introducirnos en uno nuevo.
Los dioses Aztecas se van despidiendo de nosotros y le dan paso a los dioses Mayas. Yo sigo viajando con mi Dios, pero me hago muchas preguntas en el camino, y me es difícil encontrar respuestas. El pedido de perdón del Papa a los Pueblos de América latina me parece que fue oportuno y necesario. Y sin embargo ellos siguen fieles a esa religión, que también es la mía, y que acompañó la aniquilación de sus antepasados. Es extraño.
Ya cerca de Chiapas el camino se hace intransitable. Mal señalizado, un lomo de burro para nosotros, o un tope para ellos, hace que la camioneta se convierta en una nave voladora por espacio de algunos segundos, y que tengamos que parar a ver los daños. Gracias a ese Dios del que hablaba antes, o a los constructores de Ford que diseñaron la camioneta, no pasa nada y podemos seguir camino.
Cerca de las tres de la mañana decidimos parar, muy cerca de la frontera con Guatemala, en las afueras de Ciudad Hidalgo.
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